
Uno de los campos de trabajo que posee la Historia es la docencia, el cual lamentablemente este ha sido poco explorado tanto por pedagogos como por historiadores, al no propiciar una metodología de enseñanza para la creación de aprendizajes significativos en los educandos.
Con frecuencia, la historia ha sido objeto de utilización no educativa o antieducativa en las ordenaciones curriculares con la idea de conformar una ciudadanía adicta y afecta a las ideologías y valores de los grupos que controlaban el poder. Debates sobre la intervención política en los programas de Historia ha habido muchos en casi todos los países y ello ha supuesto un factor añadido a las dificultades que tiene esta materia para ser tratada académicamente como ciencia social, en la medida que se percibe como un contenido incierto e inseguro en los programas escolares y ligado a posiciones ideológicas por unos y por otros.

Cuando lo que se pretende enseñar no es percibido por los educandos con la estructura epistemológica y sus características fundamentales que tiene de hecho un conocimiento científico, que suele ser el que los docentes tienen dada su formación académica, se puede producir una total incomprensión entre profesor y alumno que no solo dificulta el proceso de enseñanza-aprendizaje, sino que, en la práctica, lo convierte en inviable. Y esto es lo que ocurre con la historia en el ámbito escolar. La mayoría de los alumnos no la reconoce con los rasgos propios de una ciencia social sino como un saber menor que no exige mayor esfuerzo que el de recordar algunos datos y explicaciones para las pruebas de evaluación. Y ello en el mejor de los casos, ya que en ocasiones simplemente la perciben como una interpretación subjetiva e ideológica que les intenta transmitir el profesor en turno de la materia.
Prueba de lo dicho se refleja en la visión que las investigaciones nos muestran sobre la visión de la historia por los estudiantes. Los alumnos considera que la asignatura de Historia, y la propia historia, no necesita ser comprendida sino memorizada. Socialmente la historia se suele identificar como un conocimiento solamente útil para demostrar “sabiduría” en concursos televisivos, o para recordar, manifestando una pretendida erudición, datos y efemérides. La principal habilidad intelectual que se requiere para saber historia es, según la percepción de la mayoría de los jóvenes, tener una gran memoria. Nada más lejos de la realidad.
Todos los datos apuntan a que la incorporación de los contenidos no estrictamente fácticos de contenido moral (“los buenos y los malos”) no han sido aprendidos y menos incorporados por los estudiantes, después de acabados sus estudios obligatorios. Dicho de otra forma, no han aprendido la naturaleza de la explicación histórica y sus conocimientos no distan demasiado de la historia que la que tenían que aprender los que estudiaron en la época en que era obligatorio memorizar monarcas, nombres de batallas o fechas.
Las investigaciones coinciden, de manera indefectible, en las siguientes concepciones y valoraciones del alumnado: primero, que la historia es una materia fácil, aburrida y poco útil; segundo, que tan solo exige buena memoria y que se aprende fácilmente las noches anteriores al examen; tercero, que es muy poco interesante, entendiendo el interés por las dificultades de comprensión y esfuerzo de dilucidación que exigen las materias que el alumno juzga de verdaderamente interesantes.

La interpretación de estas apreciaciones, que sitúan la historia muy lejos de lo que los historiadores y profesores de historia esperarían y pretenderían con la enseñanza de la materia, no se revela únicamente por una hipotética deficiencia en la metodología didáctica empleada por la mayoría del profesorado, aunque esta puede ser uno de los posibles motivos. Debe considerarse, también, las evidentes dificultades que supone la enseñanza y el aprendizaje de una materia, como es la Historia, por dos tipos de causas: en primer lugar, porque la Historia forma parte del contexto cultural y social que ejerce, creo que de una manera determinante, una gran influencia en la concepción que los alumnos y alumnas tienen de esta materia. En segundo lugar, por la enorme complejidad y nivel de formalización conceptual que tiene la ciencia histórica.
Las dificultades contextuales están ligadas entre otros, a tres factores: a la visión social de la historia; a la función política que, en ocasiones, pretenden los gobernantes para esta materia; al excesivo presentismo en los programas y en su difusión pública; y por último, a la tradición y formación de los docentes.
Existe una percepción social que identifica saber histórico con una visión erudita del conocimiento del pasado. Según esta percepción, saber historia es igual a ser anticuario o albacea del recuerdo; es conocer curiosidades de otros tiempos, recordar datos que identifican un monumento o un acontecimiento, o, simplemente, recitar nombres de glorias y personajes pasados, generalmente del patrimonio propio. Esta tradición, cultivada desde el siglo pasado por multitud de eruditos locales, ha calado hondo en la sociedad. Nadie reclama al que dice saber historia, una explicación general del pasado, ni que contextualice lo singular en un proceso general dinámico que, por fuerza, resulta complejo y requiere estar dotado de método y teoría. La razón es que la percepción general de este tipo de saber, el histórico, está más cerca de la erudición que de una ciencia social. Este hecho, aunque quizá no sea explicitado por el estudiante, marca profundamente el concepto que se tiene en la sociedad de la materia histórica y aflora frecuentemente cuando sondeamos las ideas previas de los escolares.

Como reflexión final, , debo decir que la materia histórica incorpora importantes dificultades para su enseñanza; unas relacionadas con la propia concepción que tiene el alumnado sobre esta disciplina, otras basadas en su componente de saber social ligado a proyectos ideológicos y políticos, lo que hemos denominado dificultades contextuales y otras, que son específicas de su naturaleza como conocimiento, aspecto que desde mi punto de vista, no se ha tenido en cuenta en la elaboración del actual currículum. Por todo ello, la enseñanza de la historia, su didáctica, tiene planteados importantes retos para situarla en su máxima posibilidad formativa como conocimiento escolar. Los retos, suponen superar los problemas actuales, obviar los modelos cuasi escolásticos que nos ofrece el vigente modelo curricular, y recuperar el añorado impulso de innovación didáctica que estaba tan presente en los momentos anteriores a la elaboración y aplicación de la reforma educativa, esta vez ayudado por una ya apreciable actividad de la investigación en la didáctica de esta disciplina.
C. Fuentes, “La visión de la historia por los adolescentes: revisión del estado de la cuestión en Estados Unidos y el Reino Unido” Enseñanza de las Ciencias Sociales: Revista de Investigación, 1 (2002)
K. Barton, “Investigación sobre las ideas de los estudiantes acerca de la Historia” Enseñanza de las Ciencias Sociales: Revista de Investigación, 9 (2010)
Moniot, H.: Didactique de l’Histoire. París. Nathan Pédagogique. 1993.
Prats, J. y Santacana, J.: “Por qué y para qué enseñar Historia”. J. Prats (coord.). Didáctica de la Geografía e Historia. Barcelona. Ministerio de Educación y Editorial Graò, S.L. 2011.
– Barbarella
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