Una historia distinta a la que conoces

Entre todos los villanos que circulan en nuestra historia, nadie se equipara a Joel Roberts Poinsett. Su mitología es enorme: conspiró contra Iturbide, quiso comprar Texas, fundó la logia yorkina, su pasado intervencionista en Chile le precedió, cónsul en Buenos Aires, manejó a su antojo a Guerrero y despreció el mundo católico hispánico de América. Pero la realidad muestra que se le ha sobrestimado, puesto que no logró su principal encargo que era el de adquirir Texas.

Mientras vivió en México, claro, se dedicó a conspirar; ¿sus objetivos alternos? romper los lazos culturales con España y Europa; fortalecer, a toda costa, la imagen de Estados Unidos ante la nueva República Mexicana; pero estos derroteros, si bien correspondían al sentir de la joven Unión Americana, él los había personalizado para lograr lo que era el sueño estadounidense: Texas. En eso fracasó.
“Enjuto, blanca la tez, de amplia frente y rostro oval, lo mejor de todo eran sus ojos de arcanas luces grisáceas, imperiales. Si en los ojos devela el alma sus misterios con sutiles voces, en la suya bullía la vida poderosa, la que quiere, piensa y cree, la que tiene ambición, camino y fe.” (Fuentes Mares, 15)
El análisis de su biografía permite explicar el deslumbramiento que logró sobre la sociedad mexicana. Nació el 2 de marzo de 1779, en Charleston, Carolina del Sur, zona esclavista. Su protestantismo se debe seguramente a que era descendiente de hugonotes franceses. De familia acomodada, se le envió a estudiar a la ya prestigiosa, Universidad de Edimburgo de Escocia, donde se matriculó en Medicina y Química, carreras que no terminó y que cambió por un interés en la milicia, inscribiéndose en la afamada Real Academia Militar de Woolwich, que sería el antecedente inmediato de la más famosa Academia de Sandhurst.

De carácter inestable regresó a Charleston en 1800 a trabajar en un bufete jurídico. Dos años bastaron para cansarlo de los intrincados resquicios legales y volvió a viajar, esta vez a Suiza e Italia, y al año siguiente a Munich y Viena. Viajero incansable y agudo observador fueron virtudes que sí se enraizaron en él, no obstante que siempre fue de salud frágil.
Tuvo que regresar a los Estados Unidos debido a la muerte de su padre. Resolviendo los trámites que lo ataban, en 1806 volvió a viajar: Niágara, Quebec, Nueva Inglaterra, Suecia, Finlandia y Rusia. En este último profundiza sus observaciones y conoce el Mar Caspio, Astrakán, Bakú, Tiflis y Crimea. Tuvo la habilidad en este viaje de hacerse de la amistad del Zar Alejandro I quien, maravillado con el joven de 28 años, le ofrece ser consejero del Imperio Ruso, lo que Poinsett rechazó, debido a su patriotismo estadounidense. Tal vez la explicación obedece también a que tendría que establecerse y ejercer una actividad, seguramente interesante y de gran influencia pero fija, yendo contra su personalidad.

Con estos antecedentes, no es de extrañar que el presidente James Monroe le encargara visitar México con los siguientes objetivos: entrevistarse con Agustín de Iturbide y recopilar cuanta información pudiera de la situación política de este país vecino; todo con el carácter de “Agente Confidencial”, sí, de espía.
El 3 de noviembre de 1822 fue recibido por el emperador Iturbide y, lo más importante de esa reunión, según nos lo refiere Fuentes Mares, fue la aclaración en la mejor diplomacia posible de parte del soberano hacia el enviado: las instituciones de Estados Unidos no son aplicables en nuestro país, o sea, México. Esto, por supuesto debe de haber molestado al espía; ¿quién podía osarse dudar de las bendiciones del sistema político estadounidense? Antes de esta reunión, ya había tenido ocasión de reunirse con Antonio López de Santa Anna y con Miguel de Santa María, ministro colombiano ante el Imperio Mexicano, así como de enterarse del disgusto que tenían los diputados del Congreso disuelto contra el emperador. El 11 de noviembre de ese año salió hacia Tampico, desde donde se embarcaría el 21 de diciembre con boleto de regreso a los Estados Unidos. Sus reportes fueron claros y premonitorios: el imperio no podía durar y, por supuesto, no era un gobierno al que la joven Unión Americana debiera reconocer.

El 25 de marzo de 1825, Henry Clay, secretario de Estado de John Quincy Adams, nombró a Poinsett como Ministro de los Estados Unidos ante el gobierno mexicano con las siguientes instrucciones:
- Dejar claro que se debería de dejar en paz a Cuba y no intentar nada con respecto a su independencia de España
- Establecimiento de nuevos límites territoriales entre México y los Estados Unidos, de manera lógica o provechosa para ambos. O sea, la adquisición de Texas.
- Expresar la satisfacción que los Estados Unidos sentían por el hecho de que México hubiera adoptado una república federal
- Recalcar la importancia que en los Estados Unidos se daba a la doctrina Monroe –fuera cualquier injerencia europea en América- expresada por el quinto presidente el 2 de diciembre de 1823.
El 1º de junio de 1825, Guadalupe Victoria acepta con agrado las credenciales de Poinsett, en esta su segunda y, ahora sí, oficial visita a nuestro país, recibiendo a su vez una carta del propio presidente estadounidense felicitando a Victoria, que comenzaba con “To Our Great and Good Friends of the United Mexican States” (Fuentes Mares, 69). No olvidemos que el Ministro de Relaciones Exteriores de México era Lucas Alamán así que, contra lo que esperaba nuestro personaje, la bienvenida fue más bien fría.
Las acciones diplomáticas se centraron, primero, en la necesidad de permitir el paso de comerciantes estadounidenses de Missouri a Santa Fe, cuestión que fracasó ya que Alamán detuvo cualquier resolución hasta que no se firmara un acuerdo de límites entre ambos países, que actualizara el que Onís (España) y Adams habían firmado en 1817. En segundo lugar: Texas. Alamán lo único que buscaba era ratificar el mencionado tratado de límites entre España y los Estados Unidos. De Texas, ni hablar. El 10 de junio de 1826, ya con Sebastián Camacho como Ministro de Relaciones Exteriores se firmó un acuerdo aceptando los límites pactados en 1817, copia del cual le hizo llegar a su jefe Henry Clay el 7 de febrero de 1828, aclarándole que se había visto “forzado” a aceptarlo. Con respecto a Cuba, como tercer punto; no se le hizo caso. En lo referente a la doctrina Monroe, se le dijo que sí, pero sin instrumentar ninguna acción.

Ante semejante fracaso, a Poinsett no le quedó otra más que ejecutar lo que mejor sabía hacer y de lo cual ya había dado muestras sobradas en Chile, nación que acabó corriéndolo: conspirar.
El 29 de septiembre de 1825 se instauró la Logia Yorkina, dependiente de Filadelfia, en nuestro país, no olvidemos las raíces masonas de los Estados Unidos: Washington, Jefferson, Madison, Monroe, etcétera. Esta asociación fue conocida como el “partido americano”. A ella se afiliarían los llamados liberales, esto es, aquellos que apoyaban el federalismo, la separación de la iglesia y el Estado, el antihispanismo y la amistad a los Estados Unidos, en una amplia gama de grises, que irían desde buscar la anexión al vecino país del Norte, hasta la alianza, pasando, incluso por el protectorado yanqui. La cuestión religiosa era difícil. Todos eran católicos practicantes, así que romper con la sagrada institución era difícil, no digamos el abrazar el protestantismo. Poinsett mismo se refería a este grupo como el Partido americano.
La masonería ya había comenzado sus actividades en México. Esto databa desde la época de la Nueva España, en plena guerra de independencia. Contra lo que algunos han comentado, los principales líderes de la independencia, Hidalgo y Morelos no eran masones, tampoco Allende. Las juntas que se realizaron con el fin de conspirar contra el gobierno virreinal, eran secretas y, por esa razón hay quien las ha querido confundir con las reuniones de las logias masónicas. La masonería llega con las tropas españolas que venían a apoyar al ejército realista, eran francmasones, o sea traían la influencia que en la península había tenido la masonería de origen francés, aunque sabemos que la fundación de la masonería como tal, fue en Inglaterra. Seguramente, su aparición fue entre 1813 y 1821. Estas logias iniciales eran del Rito Escocés y a ellas se van a adherir muchos de los principales líderes independentistas de esta época como Guadalupe Victoria. Posteriormente, ya en el México independiente la influencia sobre estas va a ser mayoritariamente inglés. Estos van a ser contrastados por el nuevo rito yorkino fundado por Poinsett. Los masones del rito escocés van a ser, mayoritariamente, centralistas, proeuropa, simpatizantes de mantener la situación que se tenía con la iglesia católica y … antiyanquis. Estas dos facciones son el origen de los que se va a conocer en el siglo XIX como partido liberal y partido conservador, respectivamente.

Esta acción de Poinsett es de las que sí se pueden considerar como un éxito en su gestión; la otra fue su reconocida autoría del Motín de la Acordada con la que se desconocieron los resultados de las elecciones 1828 que le dieron el triunfo a Manuel Gómez Pedraza, logrando su deposición y la entronización de Vicente Guerrero como presidente. Vicente Guerrero era conocido nacional e internacionalmente como un incondicional de Poinsett.
Durante la efímera presidencia de Guerrero, el presidente John Quincy autorizó a nuestro personaje a ofrecer cuatro millones de dólares por Texas, incluso hasta cinco millones, oferta que no fue aceptada, sobre todo por el Congreso y que generó una serie de reclamaciones de la mayoría de los políticos mexicanos exigiendo su expulsión.

Finalmente, Poinsett fue expulsado de México, a solicitud formal del secretario de Relaciones Exteriores mexicano, José María Bocanegra, en julio de 1829, a su contraparte estadounidense. Poinsett permaneció en México, hasta el 3 de enero de 1830, después de que el Congreso mexicano había declarado a Vicente Guerrero, su fiel seguidor incapacitado para gobernar.
Siguió su carrera, como congresista en Estados Unidos y, durante la presidencia de Martin Van Beuren fungió como Secretario de Guerra, entre 1837 y 1841. Murió el 12 de diciembre de 1851 en Stateburg, Carolina del Sur, feliz seguramente de haber sido testigo, aunque no actor principal del despojo que se le hizo a México de más de la mitad de su territorio. En realidad, lo que él logró en México fue alborotar y crear una corriente de opinión, entre muchos yorkinos radicales, como Lorenzo de Zavala y Valentín Gómez Farías, favorable a la separación de Texas.
Fuentes Mares, José. Poinsett. Historia de una Gran Intriga. Col. Figuras y episodios de la Historia de México. No 51. Jus, 1957
Dr. Mariano García Martínez
19 de agosto de 2020.
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