Cae la noche en el castillo Belga de Bouchout, por sus pasillos se pasea una mujer ya muy entrada en años, camina como apurada, como asustada, sin rumbo fijo ni motivo aparente. De pronto se detiene frente a uno de los muchos cuadros colgados en la pared. Por un momento su persona cambia, sus ojos desorbitados se centran fijamente en la imagen. Brevemente, un rayo de cordura inunda su cerebro. Frente a ella, imponente, se encuentra el retrato de Maximiliano de Habsburgo.
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“Carlota de Niña” se titula el primer retrato realizado a la pequeña soberana.
María Carlota Amalia Victoria Clementina Leopoldina para ser más específicos, sería el nombre dado por sus padres; Leopoldo I de Bélgica y María Luisa de Orléans a la nueva princesa.
La condesa Reinach-Faussemagne la describiría como “una preciosa niña de apariencia despierta, de mirada asombrada e ingenua, la boca más pequeña que los ojos y de un dibujo muy puro”.
De niña la princesa Carlota recibió un trato especial. Al ser la consentida de su padre fue educada de la misma manera que sus hermanos príncipes por lo que la princesa era una hábil conocedora de política, geografía, arte y el dominio de los idiomas, logrando hablar el francés, italiano, alemán, inglés y español.
Se podría decir que tuvo una infancia dorada de no ser por un hecho en específico, la muerte de su madre que ocurrió a sus escasos 10 años. La princesa no tuvo tiempo para llorar su perdida, su actitud cambio de una alegre y vivaz niña a una mujer reservada y con un amplio sentido de responsabilidad, la muerte de su madre sería seguramente el primer golpe que afectaría el Psique de la emperatriz años más tarde.
De está forma la joven Carlota se refugio en los libros y la religión, pasando los años leyendo y educándose, hasta que un hecho, o más bien una persona cambiaría su vida.
El príncipe Azul
A sus 16 años Carlota se había convertido en lo que muchos llamarían una “joven mujer”. Contrario a las costumbres de la época su padre Leopoldo no la obligó casarse, hecho que derivó en el rechazo de dos pretendientes: el rey Pedro V de Portugal y el príncipe Jorge de Sajonia. Parecía que no había en Europa un hombre digno del amor de Carlota hasta la llegada de un joven Austriaco a la corte Belga. Era el Archiduque Maximiliano de Habsburgo, el joven hermano del Emperador Francisco José de Austria-Hungría, miembro de la poderosa familia de Habsburgo. El enamoramiento fue inmediato y los jóvenes soberanos contrajeron nupcias.
La aventura comienza.
Tras casarse la joven pareja tuvo varios cargos administrativos, siendo el de gobernadores de Lombardía y Venecia el cargo más significativo, no obstante, el dúo estaba inconforme con tener un cargo “menor” acentuándose esto tras la crisis Italiana de 1859, hecho que despojo a Austria de los territorios italianos y por consiguiente dejo a Maximiliano sin gobierno.
El matrimonio decidió retirarse a su famoso palacio de Miramar, lugar donde pasaron un corto periodo de paz, entre otras cosas, hasta la llegada de un curioso comité extranjero. Los “notables” como se hacían llamar, era una comisión de personajes mexicanos en contra del gobierno de Juárez, este comité buscaba solucionar la inestabilidad mexicana con la llegada de una nueva monarquía, el cargo fue ofrecido a Carlota y Maximiliano.
Los futuros emperadores quedaron asombrados desde un inicio, la idea de gobernar un país lejano, exótico y misterioso simplemente les maravillo. El Archiduque dio el primer paso. Carlota pronto acepto también el cargo. La suerte estaba echada, la aventura comenzaba.
La llegada al nuevo imperio.

El 28 de mayo de 1864 los ahora emperadores tocaban tierra en el puerto de Veracruz, el recibimiento ciertamente no fue como esperaban.
Al ser la ciudad de Veracruz una ciudad típicamente liberal y al no haberse difundido entre la población la llegada de los nuevos emperadores la bienvenida fue realmente fría.
Tanto, que según se cuenta provocó en Carlota una profunda tristeza por la cuál derramo lágrimas de frustración y pena, sin embargo, el escenario cambiaría en otras ciudades dónde las recepciones fueron muy jubilosas y de gran algarabía, como podemos ver en Puebla ( en donde los emperadores fueron recibidos con el repique de las campanas y fuegos artificiales) y en la Ciudad de México. Además de esto comités de distintas partes de la nación (principalmente Indígenas) acudieron a los emperadores para solicitar audiencia y mostrar afecto y apoyo, el escenario como relata Carlota, cambio totalmente su perspectiva.
Los jóvenes Emperadores se dedicaron
a explorar el territorio de su nueva nación. “un poblado interesante por sus monumentos, la pirámide antigua que ahí se encuentra es digna de ser vista … arriba del teocalli donde se llevaban a cabo los sacrificios humanos hay una capilla de la Virgen de los Remedios.” Escribiría Carlota sobre su visita a Cholula, lugar donde fueron recibidos con fiestas y coronas de flores por parte de la población indígena.
De hecho, se puede decir que fue especialmente este sector de la población quien mejor acepto a los Emperadores, en otras comunidades indígenas, como en la ciudad de San Juan del Río las autoridades y población demostraban un profundo cariño especialmente a la emperatriz, en 1864 las autoridades de San Juan del Río propusieron nombrar a la emperatriz Carlota como patrona y protectora de la ciudad.
Una parte de los honores rendidos a la emperatriz dictan:
“Señora, la ciudad de San Juan del Río nos ha dispensado el honor singular
de enviarnos ante la augusta presencia de V.M.I para ofrecerle este humilde
obsequio y juntamente los sentimientos que abundan los corazones que os
lo dedican”
A pesar de los pomposos honores la emperatriz rechazo el ofrecimiento, ya que en sus propias palabras “no se hacía merecedora de tantos honores por parte de la ciudad; acababa de llegar a suelo mexicano y no habría hecho nada para
merecerlo”.
Carlota se esforzó ávidamente por encajar con las costumbres mexicanas, prueba de ello es el uso extendido que le dio al rebosó, prenda de uso común entre la población indígena, que ella adapto a su vestimenta.
Otro hecho remarcable es el de escribir México con X, a la usanza nacional, en vez de escribir “Méjico” como en Europa se acostumbraba, logrando así una mayor identificación con su pueblo.
El fin de un cuento.
A pesar de los esfuerzos realistas el Imperio mexicano parecía cada vez mas pérdido, el comité de conservadores, mismo que los había apoyado, retiró toda su ayuda al ver las medidas progresistas de Maximiliano.
Por otra parte las fuerzas republicanas cada vez amenazaban más la existencia del imperio, este riesgo solo incremento cuando ante el costoso precio que significaba para Napoleón mantener el ejército Imperial y la amenaza de una guerra con Alemania el ejército francés se retiró de México.

Las condiciones eran malas y Carlota lo sabía, no obstante, obligó a su esposo a no abandonar el cargo “pues desertar es para viejos e ineptos y no para un joven Emperador” diría la emperatriz. Carlota emprendió entonces un viaje a Europa para intentar que Napoleón lll devolviera el apoyo, sin éxito, la emperatriz empezó a tener problemas de locura, apenas era una señal de lo que vendría.
Larga vida a la emperatriz
Sin resultados ante el emperador Napoleón lll Carlota decidió visitar al Papa Pío lX, sin saber que en ese momento su esposo ya había sido capturado y condenado a muerte.
La visita ante el Papa fue catastrófica, en la reunión Carlota sufrió un ataque de nervios, negándose a comer alimento por miedo a ser envenenada y manteniéndose cerca del Papa pues solo así se sentía segura.
Su situación empeoró aún más, a tal punto que sus familiares tuvieron que llevársela. Para estos momentos Carlota ya no tenía razonamiento alguno.
Tras algunas semanas su situación física mejoro, pero mentalmente seguía igual. Los doctores le diagnosticaron locura, saber de la muerte de Maximiliano no ayudo.
Tras varios años la emperatriz sin reino fue internada en el palacio de Bouchout, en Bélgica, lugar donde pasaría sus últimos días hablando con fantasmas del pasado, escribiendo cartas a Napoleón lll y realizando fiestas con invitados inexistentes.
Fue el 19 de enero de 1927, a sus 87 años de edad cuando Carlota Amalia suspiró su último aliento, en su lecho de muerte. Tal vez con un pequeño momento de cordura, dedico sus palabras finales al amor de su vida.
“Recordadle al universo al hermoso extranjero de cabellos rubios. Dios quiera que se nos recuerde con tristeza pero sin odio”.
La vida de Carlota hace mucho que se fue pero sus actos siempre serán recordados por aquellos que vieron en ella algo más que una emperatriz extranjera.
– Zarco
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