¿Qué relación hay entre la República Mexicana y Rusia? La diplomacia entre ambos países es cordial desde 1890 y, aunque durante el siglo XX hubo algunos desacuerdos, ha existido más cooperación mutua que diferencias. Desde ser el primer país en el continente americano que reconociera a la Unión Soviética hasta que el representante oficial de Lenin visitara tierras mexicanas para la toma de posesión del gobernador socialista Felipe Carrillo Puerto, la relación bilateral ha marchado por buen camino pese a la enorme distancia que separa a ambos países.
Uno de los hitos más representativos de esa colaboración perpetua es la siguiente: ¿Sabías que un ruso etnólogo fue el encargado de descifrar el misterio de la escritura maya, siendo todo un acontecimiento científico del siglo XX? Y lo más sorprendente, ¡lo hizo sin conocer México ni Centroamérica! ¿Cómo lo hizo? Hay toda una historia detrás de ello.
Привет, я Юрий Кнурозов

Desde el siglo XIX, los jeroglíficos mayas fueron un enigma para estudiosos de esta cultura precolombina. Pese a que varios investigadores lograron tener acercamientos en el desciframiento de los numerales y el calendario maya, no hubo un consenso científico que demostrara del todo el significado de los signos.
Yuri Knórozov fue un lingüista, etnólogo e historiador que nació en 1922 y gran parte de su vida se desarrolló durante el auge y ocaso de la Unión Soviética. Muy joven participó en la Segunda Guerra Mundial y después se volvió un académico prominente en el área de la lingüística y etnología. En su infancia mostró ser muy brillante; era aficionado de la lectura, tocaba violín y poseía una imaginación que le permitía dibujar animales imaginarios. Sus padres promovieron su inteligencia al enseñarle a escribir con las dos manos. En el núcleo familiar era el hijo menor y creció en la provincia de la antigua Unión Soviética que hoy conforma Ucrania.

En la mayoría de las fotografías como adulto, posa con un perfil serio poco amigable y que simula carecer de sentimientos. Pero en realidad poseía un gran sentido del humor, adoraba a los gatos y sobre México se refería así: “En mi corazón siempre seré mexicano”, frase que dijo al recibir la más alta condecoración que el gobierno entrega a un extranjero; la Orden del Águila Azteca.
Su génesis profesional se remonta cuando intentó ingresar a la Facultad de Medicina aunque posteriormente estudia la carrera de Historia en la Universidad de Járkov. Sin embargo, dejó sus estudios inconclusos cuando comenzó la Segunda Guerra, a la que se enlistó a los 19, estando activo durante cuatro años en el ejército.
Sobre su participación durante la guerra hay versiones confusas. Una es que debido a que era un recluta enfermizo, ejerció la docencia dentro del ejército ruso y se dedicó a cavar trincheras, por lo que no estuvo al frente del campo de batalla. Otra versión señala que fue miembro del batallón 580 de la artillería pesada, siendo de los primeros soldados soviéticos en entrar a la ciudad de Berlín cuando se producía su caída en mayo de 1945. Sea cual sea la versión real de su participación, fue durante su periodo como recluta que tendría el primer acercamiento con la cultura maya.
Una vez finalizada la guerra, Knórozov abandona el estudio de la historia y se dedica a estudiar etnografía en la Universidad de Moscú, allí se especializa en egiptología, lenguas antiguas y chamanismo oriental.
¿Cómo fue que desde un escritorio, atrapado en la Unión Soviética en el contexto de la Guerra Fría logró descifrar los códices sin conocerlos directamente? Empecemos por conocer como fue que conoció los jeroglíficos mayas.
Inicios del estudio de los jeroglíficos

Durante el avance soviético a la capital de Berlín, antes de la rendición del ejército alemán, la ciudad se encontraba en un caos generalizado, con algunos edificios en llamas y confusión por doquier. La Biblioteca Nacional tenía fuego en su interior. Según se creía, Yuri Knórozov entraría al edificio para rescatar los dos únicos ejemplares que tuvo a su alcance. Uno era la icónica obra de fray Diego de Landa, la Relación de las cosas de Yucatán y el otro una edición facsimilar de Los Códices Mayas. Ambos libros los guardó como botín de guerra para luego regresar al combate. Esta fue una primera versión del encuentro de dos mundos – el de Knórozov y el de los mayas- , pero años después él mismo desmentiría el suceso: “Es una leyenda. No hubo ningún incendio. Las autoridades alemanas prepararon la biblioteca para su evacuación y para llevarla, supuestamente, a los Alpes, en Austria. Los libros colocados en cajas estaban en medio de la calle. Entonces escogí dos.”
El interés profundo de Knórozov por el estudio de los jeroglíficos nació mientras recolectaba bibliografía para un ensayo, y dentro de esa búsqueda encontró un artículo científico que llamó su atención. Se trata de “El desciframiento de las escrituras mayas, ¿un problema insoluble?” De Paul Schellhas, un investigador alemán de la cultura maya. En este texto se mostraba a manera de conclusión el enorme reto que implicaba descifrar los códices mayas, pero el autor logró ubicar gráficamente a los dioses y deidades. Tal artículo resultó para Knórozov un reto importante, por lo que decidió abandonar sus proyectos egipcios y adentrarse enteramente al estudio de la escritura maya.
En un primer momento colegas y docentes de la Universidad de Moscú desestimaron el nuevo proyecto de Knórozov, creyendo irrealizable que en su calidad de extranjero, sin conocer la región del sur de México y ni siquiera hablar español lograría entender los códices. Únicamente recibió el apoyo de su maestro el arqueólogo Serguéi Tókarev.
Abocándose a la lectura
La travesía del ahora etnólogo mayista tardaría una década, y se dedicaría no solo a descifrar los códices, sino también en adentrarse en la vida y obra de fray Diego de Landa, quien pasó a la historia como el fraile que quemó valiosos códices y objetos de culto para los mayas por considerarlo herejías y encargado de evangelizar a la fuerza a los indígenas. Knórozov le daría la vuelta a la polémica de De Landa, ya que argumentaría que lo que hizo fue bajo la presión de sus superiores y de los conquistadores que tenían interés económicos en la región. Fue así que después se dedicó a reconstruir la historia de los mayas en su emblemática obra Relación de las Cosas de Yucatán.
El trabajo de Knórozov como lingüista no solo se dedicó a estudiar los signos, sino que fue más allá al aprender español y conocer la historia de la cultura maya. Quizá lo más sorprendente de esta tarea lingüística fue el hecho de que Knórozov no conocía a México, ni había visto a los documentos en vivo ni las inscripciones y no lo hizo hasta el final de su vida, casi 40 años después de haber descifrado los códices.
Por obvias cuestiones políticas del bloque soviético y el contexto de la Guerra Fría, Knórozov no logró tener permiso para salir de su país a estudiar físicamente los códices. Solo en una ocasión tuvo la oportunidad para impartir una conferencia maya en Copenhague. Pese a la gran distancia e incomunicación con el mundo occidental, para nuestro lingüista no hubo impedimento para estudiar y resolver el lenguaje maya. En una entrevista Knórozov declaró: “Yo soy un científico de despacho. Para trabajar con los textos no es necesario retozar sobre las pirámides” Toda la información impresa en facsímiles los recibió desde París, Madrid y la ciudad alemana Dresden.
El método Knorozov
La gran diferencia con los otros científicos que trataron de interpretar los signos mayas es que eran arqueólogos y trataban de dar una equivalencia de los signos mayas con el alfabeto. Cosa que inmediatamente desechó Knórozov, pues en su calidad de lingüista sabía que cada signo tenía un valor vocal diferente, siendo un sistema silábico. Fue así que realizó un sistema estructural para identificar la frecuencia con la que se repetía un signo dentro de un texto, llegando a existir hasta 355 tipos distribuidos entre fonéticos y morfémico-silábicos. Knórozov llegó a declarar confiado que cualquier código y sistema elaborado por un ser humano podría ser resuelto por otro humano, por lo que nunca desistió de su labor.
¿Es porque soy soviético?

Pese a sus grandes avances en el terreno de los estudios mayas, el gran lingüista fue menospreciado por diversos comités académicos occidentales. En 1950, el también mayista británico Eric Thompson, principal referente de los estudiosos del tema, publicó su obra Escritura jeroglífica maya: una introducción, en la que negaba el fonetismo de los mayas. Dos años después, Knórozov refutaría esa teoría en su ensayo: “La escritura antigua en América Central”, el cual fue publicado en una revista de la URSS. Su aporte fue cuestionado y poco tomado en cuenta, sobre todo por provenir de las cúpulas científicas soviéticas cuando la fobia comunista estaba al por mayor. Una de las tantas críticas que recibió es ser declarado un propagador marxista y farsante. Pese a los ataques, Knórozov nunca desistió y continuó enviando a congresos europeos sus avances de sus estudios mayas.
Fue hasta 1970 que por fin alcanzaría el reconocimiento merecido, siendo su método de descifrado aceptado y aplicado por todos los mayistas, llegando a ser considerado como un gran progreso científico del siglo XX. Sus estudios sirvieron como base para realizar nuevas excavaciones arqueológicas y describir la historia de la Zona de Palenque en Chiapas, solo por mencionar un ejemplo de lo importante que fue su método de traducción. Sus investigaciones tuvieron gran relevancia en la Unión Soviética, promoviendo que muchos estudiantes y nuevas generaciones se interesaran sobre el tema.
¡Por fin pudo conocer a los mayas!

Ante la disolución de la Unión Soviética, tuvo la oportunidad de salir en el año de 1990. Primero visitaría Guatemala y conocería las zonas arqueológicas de Tikal y Uaxacatán, recibiendo distinciones oficiales por parte del gobierno guatemalteco. Tikal fue uno de los centros ceremoniales más importantes de los mayas y, una vez allí, Knórozov quedaría contemplativo ante la inmensidad de la zona. En 1994 por fin conocería México, visitando los sitios arqueológicos más importantes: Palenque, Bonampak, Teotihuacán entre otros. A partir de la década de los 90 las visitas a nuestro país fueron muy frecuentes y, un año después, en 1995 sería condecorado con la Orden Mexicana del Águila Azteca, por sus enormes aportaciones al estudio de la cultura maya. Tristemente solo cuatro años más tarde, moriría en San Petesburgo a los 79 años, lugar desde donde un escritorio descifró el gran misterio maya que perduró más de cinco siglos sin resolver.
Asterión
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