Hoy, se conmemoran 113 años desde que el Rey de Bélgica Leopoldo II le vendió el Estado Libre del Congo a Bélgica, convirtiéndose así en el Congo Belga.
En la Conferencia de Berlín (1884-1885), las potencias europeas asignaron la región de la Cuenca del Congo a una organización de caridad privada dirigida por Leopoldo II, que durante mucho tiempo había tenido ambiciones de expansión colonial. El territorio bajo el control de Leopoldo superó los 2 600 000 km² y, en medio de problemas financieros, fue gobernado por un pequeño grupo de administradores blancos. Por un breve lapso de tiempo, esa área había sido un dolor de cabeza para Leopoldo II debido a que no era rentable y tenía recursos insuficientes, sin embargo durante la década de 1890 inició la explotación del caucho natural, materia prima que abundaba en el área, provocando así una explotación no sólo de la materia prima, sino también de los nativos de la región para su extracción.
Durante todo ese lapso del tiempo, Leopoldo II gobernó de manera atroz sobre el Estado Libre del Congo, al punto de exigir una cuota mínima de producción a los esclavos africanos, en donde en caso de no llegar a cubrir la cuota, el castigo sería la muerte. Los soldados debían llevar la mano del esclavo ejecutado para así demostrar que habían perdido balas por el trabajo y no por otra actividad prohibida por el rey, como la caza de animales.
Se puede considerar, sin riesgo de errar, que el Rey de los belgas y el Estado Libre del Congo, que dirigía con el acuerdo del gobierno y del parlamento belga de la época, son responsables de «crímenes de lesa humanidad» cometidos de manera deliberada. Esos crímenes no constituían bravuconadas, eran el resultado directo del tipo de explotación al que el pueblo congoleño fue sometido. Algunos autores, y no de los menores, hablan de «genocidio». Propongo no comenzar un debate que se focalice sobre esa cuestión porque es difícil establecer exactamente datos numéricos.
Algunos autores estiman que la población congoleña en 1885 alcanzaba los 20 millones y que en el momento en que Leopoldo II transfirió en 1908 el Congo a Bélgica para constituir el Congo belga, quedaban 10 millones de congoleños.
Son estimaciones de autores serios pero difíciles de probar ya que no había un censo poblacional.
Fue el propio Leopoldo II el que buscó deshacerse del Congo transfiriéndolo a Bélgica, ya que de ese modo se desembarazaba de las deudas que había acumulado con los bancos. Bélgica, al aceptar el pedido de Leopoldo II, heredó las deudas que el rey había contraído para poder explotar al máximo el pueblo del Congo. El Rey había, en su propio provecho, acaparado y acumulado riquezas y también había hecho hacer enormes gastos en Bélgica para reforzar su poder y su imagen. Pero también grandes empresas belgas y extranjeras obtuvieron grandes beneficios: los fabricantes y comerciantes de armas belgas, las empresas que proveían los equipamientos, las empresas que explotaban y transformaban el caucho natural y muchas otras.
El Estado belga heredó el Congo, pero también las deudas de Leopoldo II, lo que pesó en seguir con la explotación del pueblo congoleño.
Tonatiuh León García Cortés.