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En 1866 hubo un atentado contra la vida del zar en San Petersburgo, perpetrado por Dmitri Karakózov. El atentado se produjo en el Jardín de Verano, siendo salvado el zar por un hombre que apartó a tiempo el arma del terrorista, impidiendo así que el monarca recibiera herida alguna. Para conmemorar el haber salvado la vida, se construyeron un gran número de iglesias y capillas en muchas ciudades de Rusia.
En junio de 1867, durante la visita del Zar a Napoleón III en París, en el Bosque de Boulogne fue atacado con dos disparos fallidos por el obrero polaco Bergowski, nativo de Volhynia y refugiado en París debido al control del Zar en diversas regiones de Polonia.
En la mañana del 20 de abril de 1879, Alejandro II iba caminando hacia la Plaza de la Guardia Personal, cuando fue atacado por un estudiante llamado Aleksandr Soloviov. Tras ver un revólver en sus manos, el zar huyó. Soloviov disparó cinco veces, pero falló y fue condenado a muerte y ahorcado el 28 de mayo.
El estudiante actuó por su cuenta, pero otros revolucionarios estaban deseosos de asesinar a Alejandro. En diciembre de 1879, la Naródnaya Volia (en ruso Voluntad del pueblo), un grupo revolucionario radical que planeaba una revolución social, organizó una explosión en el ferrocarril de Livadia a Moscú, pero no alcanzaron al vagón del Zar. En la noche del 5 de febrero de 1880, el mismo conjunto revolucionario llevó a cabo un atentado en un salón del Palacio de Invierno, pero el zar volvió a salir ileso, aunque otras 67 personas resultaron muertas o heridas. El comedor también fue muy dañado.
Después del último intento de asesinato, Mijaíl Lorís-Mélikov fue nombrado jefe de la Suprema Comisión Ejecutiva y se le dieron poderes extraordinarios para luchar contra los revolucionarios. Las propuestas de Lorís-Mélikov reclamaban algún tipo de órgano parlamentario, y el emperador parecía estar de acuerdo, pero estos planes nunca fueron realizados, pues el 13 de marzo (1 de marzo según el antiguo calendario ruso) de 1881, Alejandro II fue víctima de un atentado.
Como había hecho cada domingo durante una veintena de años, el zar se dirigió al Cuartel de la Manege en San Petersburgo para revisar los regimientos de la Guardia de Infantería de Reserva y la Guardia Cazaminas. Viajaba en un carruaje cerrado acompañado de seis cosacos y con un séptimo a la izquierda del cochero. El transporte del zar era seguido por dos trineos que llevaban, entre otros, al jefe de la policía y al jefe de la guardia del zar. La ruta, como siempre, fue a través del Canal de Catalina y por el Puente Pévchesky, hacia la Catedral de San Isaac.
La calle estaba flanqueada por estrechas aceras a ambos lados. Un hombre joven de pequeña estatura, que llevaba un pesado abrigo negro, iba por la calle en dirección del transporte imperial. Llevaba un pequeño paquete blanco envuelto en un pañuelo. El joven era el revolucionario Nikolái Rysakov, quien arrojó una bomba al paso del carruaje.
La explosión mató a uno de los cosacos e hirió gravemente al conductor y a la gente que estaba en la acera, varios de gravedad, mientras que el carruaje sólo resultó dañado. El zar fue sacudido, pero resultó ileso. Rysakov fue capturado casi de inmediato. Dvorzhitsky, Jefe de la Policía, escuchó gritar a Rysakov a alguien de entre la multitud. Consciente de que había otro asesino cerca (incluso más de uno), instó al zar para que saliera de la zona. El zar Alejandro aceptó de inmediato, pero antes quería ver el lugar de la explosión. Completamente rodeado por los guardias y los cosacos, se acercó al agujero que había en la calle. Fue entonces cuando un hombre joven, Ignati Grinevitski, que estaba cerca del canal, levantó ambos brazos y tiró algo a los pies del zar. El jefe de policía Dvorzhitsky más tarde escribió:
Yo estaba ensordecido por la nueva explosión, quemado, herido y tirado al suelo. De repente, en medio del humo y la niebla, y cubierto de nieve, escuchaba la voz débil de Su Majestad que gritaba, “¡Ayuda!”. Recopilé toda la fuerza que pude, me puse en pie y corrí hacia el zar. Su Majestad estaba medio de pie, medio sentado, apoyándose en su brazo derecho. Creyendo que estaba herido levemente, traté de levantarlo, pero sus piernas estaban destrozadas, y la sangre manaba de ellas. Veinte personas, con heridas de diverso grado, estaban sobre la acera y en la calle. Algunos estaban bien, otros se arrastraban, otros trataban de salir de debajo de cuerpos que habían caído sobre ellos. A través de la nieve, los cadáveres y la sangre se podían ver mezclados con las prendas de vestir, sables y sangrientos trozos de carne humana.
Más tarde se supo que había una tercera bomba entre la multitud. Un hombre llamado Iván Emelyánov estaba dispuesto a lanzar dicho explosivo, portando un maletín que contenía una bomba que sería utilizada en caso de que las otras dos bombas no lograsen el resultado esperado.
Alejandro fue llevado en trineo hasta el Palacio de Invierno, quedando un rastro de sangre entre el trayecto que va desde la escalera de mármol hasta su estudio, donde veinte años antes había firmado el Edicto de Emancipación de los siervos. El zar, con ambas piernas destrozadas, se estaba desangrando. Los miembros de la familia Románov se apresuraron a ir hasta la cama del moribundo. Uno de ellos fue el silencioso y sensible niño de trece años de edad, llamado Nicky, hijo mayor del zarévich Alejandro, quien sería Nicolás II de Rusia.
Antes de morir, el zar recibió la Comunión y la Extremaunción, pues ya estaba demasiado débil y entonces no era posible todavía realizar una transfusión de sangre. No había nada que se pudiera hacer, salvo esperar. Cuando se le preguntó cuánto tiempo se prolongaría la agonía del zar, el médico, Dr. S.P. Borkin, respondió, «unos quince minutos». A las 3:30 de ese día el zar Alejandro II dejó de respirar.
-Edri Alexander Crespo Jama