El ascenso de Carlomagno
La Edad Media; esos mil años que separan a los hombres modernos de aquella añorada época clásica; esos mil años que han sido tachados de bárbaros, salvajes, ignorantes y oscuros, pero que al mismo tiempo han sido reconocidos como una de las épocas con mayor florecimiento cultural para occidente, en la cual nacieron muchas de nuestras instituciones, costumbres, prácticas y creencias. Si fue algo positivo o negativo para la humanidad es algo que no vamos a discutir; pero lo que sí vamos a hacer, es vislumbrar el contexto en el que surgió una de las figuras más estudiadas, reconocidas y trascendentes de aquella época. Estamos hablando de Carlomagno.
Sin duda alguna, los primeros tres siglos de la Edad Media fueron una época realmente convulsa. Los habitantes de lo que hoy en día conocemos como Europa Occidental trataban de recuperarse de las invasiones llevadas a cabo por los pueblos germanos, las cuales conllevaban una extrema pobreza, hambruna, enfermedades y violencia en prácticamente cada territorio fronterizo. Los reinos no estaban bien delimitados, y sus respectivos monarcas llevaban a cabo guerras de manera frecuente para tratar de acrecentar sus dominios, o, en algunos casos, de defenderlos. Por si fuera poco, es justo en este contexto cuando la expansión islámica comienza a incursionar en territorios europeos.
El islam nació en la Península Arábiga y se difundió rápidamente a través de la figura de Mahoma, un hombre cuya infancia fue considerablemente difícil, pero que contaba con un gran liderazgo y mucha visión. Durante su vida, Mahoma logró enseñar los fundamentos de la religión islámica a un increíble número de seguidores. Estos hombres, antes de formar parte de a aquella religión, se habían dedicado a ser caravaneros y pertenecían a pequeños cultos locales, por lo que su sociedad se basaba en la conformación de pequeños grupos aislados, los cuales tenían a sus propios dioses locales y cierta autonomía; sin embargo, todo cambió cuando abrazaron las enseñanzas de Mahoma, pues ahora tenían creencias que los unían y les daban un sentido de pertenencia a algo más grande; durante este tiempo, se islamizaron las ciudades de Medina y la Meca; y un poco más adelante, a través de las figuras de los califas, se conquistaría la ciudad de Damasco, prácticamente todo el norte de África, y, por supuesto, la Península Ibérica. 3
Por mucho que los visigodos, ubicados en gran parte de lo que hoy en día es España, trataron de defender su territorio de la vertiginosa expansión islámica, para el siglo VIII habían perdido alrededor de dos terceras partes de su territorio. Los sajones de Inglaterra no tuvieron tiempo para preocuparse por esto, ya que se encontraban demasiado ocupados defendiéndose de las primeras invasiones de los normandos, mientras que Roma se veía constantemente amenazada por los lombardos. El panorama era devastador, alcanzaban a verse una inmensidad de problemas, y muy pocas soluciones, pero es justamente en este contexto cuando todo comienza a acomodarse para permitir el ascenso de Carlomagno.
Una vez que hemos visto cómo era la situación en general de Europa, podemos enfocarnos en el territorio del Reino Franco.
El Reino Franco surgió tras la caída del Imperio Romano de Occidente, cuando cada uno de los pueblos germanos buscó tierras en dónde instalarse y consolidar sus propias comunidades. Los francos se asentaron en la antigua región de la Galia y se dice que el primero de sus líderes fue el legendario Meroveo; quien participó activamente en la guerra en contra de Atila y fundó su propia dinastía, la de los Merovingios. Es destacable que los primeros Merovingios influyeron de manera decisiva en la consolidación del Reino Franco y en sus vínculos con el occidente. Posiblemente, el más destacado de todos ellos, sea Clodoveo; y es que en un primer momento, los francos habían conservado sus antiguas creencias; no habían sido cristianizados y, por lo tanto, se mantenían fieles al culto odinista; sin embargo, fue Clodoveo el primero en bautizarse y abrazar la religión cristiana.
Si bien, los Merovingios comenzaron siendo grandes líderes militares y reyes reconocidos, paulatinamente fueron descuidando sus deberes y preferían dedicarse a otras actividades que poco tenían que ver con el bienestar de su pueblo; tal es el caso de los banquetes y la cacería. De esta manera, los Merovingios fueron alejándose cada vez más de su pueblo, y el rey dejó de ser el respetado líder político y militar que alguna vez fue. Es entonces cuando comienza a cobrar relevancia una de las figuras más interesantes de la Alta Edad Media; el mayordomo.
Es evidente que hasta nuestros días, la palabra y el concepto mismo de mayordomo ha cambiado drásticamente. Y es que durante la Alta Edad Media, el mayordomo no era una elegante figura vestida de frac que ayudaba a su amo a mantener limpia su casa en el día y a combatir el crimen por la noche. El mayordomo de palacio se encargaba, prácticamente, de realizar todas aquellas labores que originalmente le correspondían al rey, pero que había abandonado para dedicarse a otras actividades. 6
Hasta este momento, hemos explorado la difícil situación en la que se encontraba el Occidente; la amenaza que representaba la expansión islámica por el sur, la decadencia de la monarquía merovingia, los constantes ataques de los incipientes estados europeos, y el ascenso de la figura del mayordomo; sin embargo, falta un elemento más a tomar en consideración antes de tener la fórmula completa que permitió el ascenso de Carlomagno. Y este último elemento es, nada más y nada menos, que el Papado.
Poco tiempo antes de que la familia de Carlomagno hubiera accedido al trono de los francos, la supremacía del Obispo de Roma había sido definida, lo cual dotaba al Papa de una mayor autoridad que a cualquier otra cabeza de la Iglesia. De esta manera, las decisiones que tomara el Sumo Pontífice eran en extremo relevantes, y podía influir en cada uno de los reinos católicos en caso de ser necesario. No es de extrañar que los intereses del Papa fueran defender la fe católica, tanto de amenazas físicas, como ideológicas. Esto quiere decir que aún existían pueblos germanos que no habían abrazado esta fe, por lo que continuamente amenazaban por atacar de manera violenta; pero al mismo tiempo, la Iglesia debía cuidarse de algunas ideas que no coincidían con el canon establecido, es decir, herejías; y por si fuera poco, se buscaba, al mismo tiempo, favorecer la evangelización de tierras distantes, para lo cual los misioneros en tierras extranjeras jugaban un papel fundamental. 7
Ahora bien, una vez que hemos revisado cada uno de los agentes que participaron en este proceso, podemos pasar al momento clave que permitió el desenvolvimiento de los acontecimientos. Para el 732 d.C. el Emir Abderrahman buscó que los dominios islámicos dejaran de limitarse a la Península Ibérica, y comandó a sus tropas para cruzar los Pirineos y adentrarse en territorio franco. Carlos Martel, el mayordomo de aquella época, se encargó de liderar al ejército franco para frenar a los invasores islámicos antes de que fuera demasiado tarde. El 10 de octubre de ese mismo año ambas fuerzas se enfrentaron, y el resultado fue una aplastante victoria para las tropas comandadas por Carlos Martel, quien se volvería ampliamente reconocido por haber alcanzado la victoria junto con los cristianos en la ya muy conocida Batalla de Poitiers. Por supuesto, existían personas con rangos políticos más altos que los de Carlos Martel; pero de manera fáctica, era él quien ostentaba el mayor poder e influencia dentro del Reino Franco; cosa que no pasó desapercibida por el Papa.
El Sumo Pontífice, Gregorio II, habiendo notado los logros de Carlos Martel, le encomienda que apoye a San Bonifacio, quien, en aquella época, se encontraba realizando la importante misión de evangelizar el territorio que hoy en día conocemos como Alemania. Evidentemente, la empresa no parecía sencilla, y el misionero necesitaría toda la ayuda posible, razón por la cual el Papa lo pone bajo el cuidado del nuevo héroe de la cristiandad. Poco tiempo más adelante, el Papa mismo se ve amenazado por una fuerza externa; los lombardos se acercaban peligrosamente a la Santa Sede y era evidente que sus intenciones no eran favorables para el Sumo Pontífice, quien, viendo el peligro al que era sujeto, buscó ayuda inmediatamente. El Imperio Bizantino no pareció muy interesado en apoyar al Papa con esta situación y lo abandona a su suerte, razón por la cual, una vez más, el Sumo Pontífice recurre al Reino Franco para solicitar ayuda.
En un primer momento, Carlos Martel no parecía muy convencido de atacar a los Lombardos; posiblemente debido a que ellos eran un potencial aliado para enfrentarse a los musulmanes, en caso de que estos últimos decidieran volver a intentar una incursión; sin embargo, Carlos Martel termina por acceder y defiende a la cabeza de la Iglesia de esta nueva amenaza, con lo cual se verá muy favorecido. 9
Para este momento, Carlos Martel y sus descendientes ya son considerados defensores de la cristiandad, favorecedores de la evangelización, aliados papales y líderes militares altamente capacitados. Era solamente cuestión de tiempo para que el antiguo rey merovingio, cuya relevancia era prácticamente nula, terminara siendo depuesto por el mayordomo y el Papado, tras lo cual el hijo de Carlos Martel terminaría convirtiéndose en el rey de los francos. Su nombre era Pipino, y aunque sus logros como lider de aquel reino fueron considerables, terminaron siendo opacados por los de su hijo, el siguiente en la línea sucesoria, y conocido hasta nuestros días como Carlomagno.
Fuentes:
Mussot-Goulard, Renée, Carlomagno, Fondo de Cultura Económica, México, 2014.
Romero, José Luis, La Edad Media, Fondo de Cultura Económica, México,
Halphen, Louis, Carlomagno y el Imperio carolingio,
Tours, Gregory of, The history of the Franks, trad. Lewis Thorpe, Penguin Classics, Estados Unidos, 1974.
Pirenne, Henri, Mahoma y Carlomagno, Alianza Editorial, Madrid, 2013, 245 pp.
Autor: Maximiliano Larrañaga