El 29 de septiembre de 1829, Londres fue testigo de una novedad no vista antes en sus calles: secciones de hombres con uniformes azul oscuro desfilando por varias de sus manzanas. Se trataba del primer día de operaciones de la llamada “Policía Metropolitana”, cuya función sería la de evitar delitos y velar por la seguridad de los habitantes de la metrópolis. Había nacido la primera Policía Preventiva de la Historia. La mente detrás de su creación fue Sir Robert Peel, Ministro del Interior en ese entonces, y cuyo nombre serviría de base para el apodo con que se conocería desde muy pronto al personal de la institución: “Bobbies” o “Peelers”. Tal medida obedeció a la preocupación del ministro por los altos índices de delincuencia en una urbe que, fruto de la Revolución Industrial, sumaba más de un millón de habitantes y continuaba creciendo a gran rapidez.
Bienvenidos historiadores, a una entrega de Historia Oscura, donde hablaremos sobre los primeros años de la policía londinense, un cuerpo que actualmente forma parte indisoluble del paisaje urbano inglés, pero que tuvo unos orígenes algo difíciles. En este video hablaremos sobre cómo fueron las vivencias de los primeros “Bobbies”, qué problemas enfrentaron y cómo fue a grandes rasgos, la recepción que tuvo la población urbana hacia ellos. Sin nada más que añadir, comencemos.
El nacimiento de esta policía no fue visto con buenos ojos por varios sectores de la sociedad inglesa, incluidos algunos miembros de la élite gobernante: para ellos, la nueva institución constituía una intromisión por parte del Estado en sus vidas privadas. A fin de cuentas, los oficiales ejercerían de ahora en adelante, un grado de autoridad sobre la población. Pero realmente ésta se manifestaría especialmente en la facultad para clausurar negocios que no se ciñeran a los reglamentos vigentes, detener personas sospechosas de incurrir en delitos o que fueran sorprendidas in fraganti e intervenir en riñas. Anticipándose a estos recelos y deseoso de que con el tiempo se disiparan, Peel y sus colaboradores establecieron algunos lineamientos para el cuerpo policiaco.
En primer término, se decidió que los elementos de la nueva institución, conocidos también como “constables”, no portarían armas de fuego. Ello bajo la lógica de que su función principal sería la de servir y proteger a los habitantes de Londres, no reprimirlos ni coartar sus libertades. Consecuentemente, se equiparían únicamente con una porra, una sonaja de madera (más tarde reemplazada por un silbato) para solicitar refuerzos y una linterna para los rondines nocturnos. Solamente los guardias destacados en zonas particularmente inseguras, podrían emplear un espadín corto como arma estrictamente defensiva. Si bien desde el principio se planteó que la nueva institución debía poseer una férrea disciplina y jerarquía, Peel fue muy enfático en señalar que la Policía no tendría ninguna relación con el ámbito militar, sino que dependería directamente del Ministerio del Interior.
Con respecto a los uniformes, se buscó que fueran totalmente distintos a los de las fuerzas armadas: de ahí que fueran de color azul oscuro, en contraste con las vistosas casacas rojas empleadas por los soldados. Para facilitar su identificación, se confeccionaron números cosidos al cuello de los uniformes, lo cual representó un antecedente directo de las placas policiales. En cuanto a las prendas de cabeza, si bien ha quedado grabado en la memoria colectiva el peculiar casco similar a un salacot, éste solo empezó a ser empleado hasta la década de 1860: en sus primeros años, los oficiales portaban altos sombreros de copa, diseñados no solo para protegerles de las inclemencias del tiempo, sino también contra ataques sorpresivos a la cabeza, de ahí que su estructura interna estuviera reforzada. Eran tan robustos, que podían ser empleados como “taburetes” para saltar bardas durante la persecución de algún delincuente.
La organización de la nueva institución corrió a cargo de dos hombres de confianza de Peel, que además fueron sus primeros comisionados o comandantes generales: Sir Charles Rowan y Richard Mayne. Éstos dividieron Londres en una serie de distritos, con estaciones de policía en cada uno de ellos. En tales estaciones operarían varias secciones de policía de nueve hombres cada una y cuya función sería patrullar continuamente las demarcaciones; por su parte, un conjunto de secciones conformaba una división. El corazón de la corporación fue establecido en una zona céntrica conocida como Whitehall Place, específicamente en un edificio denominado por razones todavía no poco claras, como “Scotland Yard”. En éste residirían los propios comisionados, a quienes responderían los jefes de las divisiones, conocidos como superintendentes. A su vez, las estaciones estaban comandadas por inspectores y las secciones por sargentos. La única zona que se mantuvo fuera de la jurisdicción de la Policía Metropolitana fue la llamada “City”: núcleo histórico de la ciudad y domicilio de los principales empresarios y comerciantes de Londres. Sin embargo, años después también dispuso de su propio cuerpo de policía, que colaboraba con el personal de Scotland Yard en caso de necesidad.
Para el establecimiento del personal de la corporación, tanto Peel como Rowan y Mayne fueron muy selectivos: se buscó que los aspirantes a la fuerza provinieran de las clases trabajadoras y que supieran leer y escribir. Asimismo, debían llevar un modo de vida recto y honrado, pues de ahora en adelante serían los primeros representantes de la autoridad en las calles londinenses. Para conseguir este resultado, los comisionados aplicaron una serie de exámenes, tanto de conocimiento como médicos a los solicitantes. Esto dio como resultado que solo una fracción de los muchos aspirantes fuera aceptada. Con todo y los filtros mencionados, para 1830 Scotland Yard sumaba poco más de 3 mil uniformados, cifra que fue aumentando paulatinamente con los años, merced de que nunca faltaron interesados en ingresar a la corporación.
Una vez dentro de la fuerza, la vida era dura para los nuevos policías. En primer lugar, los horarios y ritmos de trabajo no eran nada generosos: debían patrullar continuamente su sector en turnos que duraban entre 12 y 16 horas, ya de día, ya de noche. Dado que su presencia no inspiraba mucha confianza en un principio, corrían riesgo de ser increpados o agredidos físicamente por algunos habitantes enardecidos. Asimismo, las rondas nocturnas les exponían al riesgo de contraer enfermedades respiratorias, aunque esto era compensado por una suerte de seguro médico primitivo. Si bien a diferencia de otros sectores obreros, tenían posibilidades de ascenso y poseían un sueldo regular, éste no era muy alto y muchas veces no les alcanzaba para dar sustento a sus familias: los precios de alquiler y los productos de la canasta básica eran muy onerosos. Así pues, no es de extrañar que muchos oficiales no superaran los dos años de permanencia en la fuerza. Ello sin contar a otros tantos que eran dados de baja por faltas disciplinarias, entre ellas acudir en estado de ebriedad al trabajo.
Como se ha mencionado, la relación con la población fue complicada en un principio: muchos roces entre habitantes y guardias se debieron al empeño de éstos últimos por desalojar de las calles a borrachos, personas sin hogar, prostitutas o vendedores ambulantes no autorizados. También les costó a los oficiales imponer su autoridad en casos de riñas, y hubo casos donde los amotinados golpearon de forma implacable a los constables que infructuosamente trataban de separarlos y arrestarlos para conducirlos a las estaciones. También, pese a los esfuerzos de Rowan y Mayne por mitigarlos, eran comunes los casos de abuso de autoridad y tratamiento agresivo por parte de los guardias hacia residentes desprevenidos. Asimismo, si bien se buscó por diversos medios prevenir la corrupción, no era raro que algunos constables recibieran sobornos de parte de comerciantes y dueños de burdeles, para que sus establecimientos no fueran clausurados.
Otro punto de fricción fue el tema del mantenimiento del orden público en las calles y plazas, sobre todo durante la ocurrencia de protestas públicas o disturbios, y es que las técnicas de manejo de multitudes eran todavía muy rudimentarias. De ahí que en muchas ocasiones los “bobbies” se propasasen en el uso de la fuerza, sobre todo con grupos obreros que exigían mejoras en sus condiciones laborales. Era tal la irritación y críticas que provocaba su actuar, que por un tiempo se apodó a la policía como “la pandilla del Sr. Peel”. Al igual que otras problemáticas, ésta perduró por varias décadas, quedando como ejemplo indeleble de la brutalidad policial, el llamado “Bloody Sunday” de 1887 en la Plaza Trafalgar. Evento donde muchos obreros fueron lesionados por los uniformados, y al menos dos resultaron muertos en medio del caos.
Pese a todo lo señalado, poco a poco los londinenses se fueron acostumbrando a la cotidiana presencia de los “Bobbies”. También sus labores para velar por la propiedad pública y privada, detener ladrones, borrachos agresivos e incluso asesinos, favoreció que la opinión hacia ellos se tornara más positiva. Por otro lado, si bien es cierto que los grados de delincuencia bajaron relativamente gracias a sus esfuerzos, es importante decir que hubo zonas que siguieron siendo muy inseguras. Y es que en una ciudad que para mediados del siglo XIX ya superaba los 3 millones, un cuerpo de policía cuyo número era de poco más de 7 mil en 1862 no era suficiente para cubrir todas las áreas y las necesidades.
Asimismo, había situaciones o tareas que simplemente superaban la capacidad de los oficiales y que requerían labores mucho más sofisticadas que los actos preventivos, hablamos sobre todo de los casos de homicidios culposos y dolosos. Fue así como en 1842 Scotland Yard estrenó una pequeña unidad de detectives cuya labor sería investigar y resolver estos crímenes más específicos. A diferencia de sus contrapartes uniformadas, los detectives vestirían ropas civiles y estarían facultados para portar pistolas o revólveres. Ahora, el hecho de que la criminalística y las ciencias forenses estuvieran dando apenas sus primeros pasos, implicó que al lado de algunos éxitos, hubiera otros casos que quedaran impunes, como los crímenes cometidos por Jack el Destripador en la década de 1880. Naturalmente esta clase de situaciones, hacían que el personal de Scotland Yard fuera duramente criticado por la prensa, sectores políticos y población en general.
Pese a estos descalabros, se continuó trabajando para mejorar el desempeño de la institución y su relación con los ciudadanos. Con el tiempo se aumentó el estipendio de los policías y en la década de 1870, se les dio el derecho a tener una pensión tras 25 años de servicio. En cuanto a la estructura general de la corporación, se mantuvo prácticamente inmutable exceptuando lo referente a los comisionados: a partir de los años 1850 dejaron de ser dos y el puesto fue ocupado por un solo funcionario. La Policía Metropolitana de Londres continúa operativa actualmente y, pese a no ser perfecta y seguir teniendo controversias, se ha vuelto un ícono de la Metrópolis del Támesis.
Bruno De Gante
Fuentes consultadas
- Byam M. (1995). Biblioteca Visual Altea. Armas y Armaduras. Madrid: Santillana: Altea.
- Czerni V. (2017). Peelers. Alias: “The Blue Devils”, “The Raw Lobsters”, “The Bludgeon Men”. Ragged Victorians. https://raggedvictorians.co.uk/gallery/Peelers%20by%20Val%20Czerny.pdf
- Emsley, C. (1991). The English Police. A Political and Social History. Second Edition. Londres: Routledge/ Taylor & Francis.
- Historia y Vida (9 de enero de 2018). 10 datos curiosos sobre Scotland Yard. La Vanguardia. https://www.lavanguardia.com/historiayvida/historia-contemporanea/20180105/47313092969/10-datos-curiosos-sobre-scotland-yard.html
- Miller W.R. (1977). Cops and Bobbies. Police Authority in New York and London, 1830-1870. Chicago: University Chicago Press.
- Wilkes, J. (1984) The London Police in the Nineteenth Century. Cambridge: Cambridge University Press/Lerner Publications Company.
- Kocak D. (2018). “The Historical Origins of Community Policing in 19th Century Britain and Imperial Japan”. en Rethinking Community Policing in International Police Reform. Examples from Asia (pp. 17-22). London: Ubiquity Press.