Hay una calle que se encuentra a unos metros del Palacio Legislativo de San Lázaro en la Ciudad de México llamada “Héroe de Nacozari” y, para fines de información y cultura general, resulta menesteroso mencionar el origen de su denominación.
El 7 de noviembre de 1907, un maquinista llamado Jesús García Corona, que entonces tenía 25 años, suplió a su compañero Alberto Biel, quien se encontraba enfermo desde el día anterior. Aparentemente, la locomotora tenía un problema en la rejilla que contenía las chispas y no funcionaba apropiadamente. Esto no hubiera pasado de un incidente menor de no ser porque en el viaje ferroviario, se cargaron contenedores de dinamita de Nacozari a la mina de Pilares.
Al arrancar la máquina, las chispas volaron hacia la carga explosiva y, para infortunio del maquinista, se esparcieron con rapidez e incendiaron los explosivos. Al notar esto, decidió pasar de largo del pueblo de Nacozari y llevarlo al campo abierto, alentando a su tripulación que saltara del tren en movimiento. Minutos después, a las 14:20 horas, hubo una gran explosión que cimbró la población, muriendo al instante Jesús García Corona junto con otras trece personas del caserío llamado “El Seis”; en cambio, se salvaron cientos al evitar la detonación en la zona más poblada.
Tras este evento el sacrificio del “Héroe de Nacozari” empezó a ser reconocido. El congreso del Estado de Sonora cambió el nombre del asentamiento a Nacozari de García en 1909 y, 3 años después, se volvió la cabecera municipal del mismo nombre. Años más tarde, en honor a los maquinistas ferroviarios y a este héroe civil, desde el 7 de noviembre de 1944 se estableció la conmemoración del Día del Ferrocarrilero en nuestro país.
Fuentes:
Gutiérrez Ruelas, Ulises. “Hace cien años, Jesús García, el Héroe de Nacozari, salvó un pueblo a costa de su vida.” En La Jornada. [Consultado el 15 de octubre de 2018. Disponible en: https://bit.ly/2IYIQPf ]
Hernández, Bertha. “El héroe de Nacozari: su vida por la de miles.” La Crónica. [Consultado el 15 de octubre de 2018. Disponible en: https://bit.ly/2QUiNM9 ]
Virgen, Lucy. “7 de noviembre. Día del Ferrocarrilero.” Universidad de Guadalajara. [Consultado el 15 de octubre de 2018. Disponible en: https://bit.ly/10yk8gz ]
Entre las muchas obras arquitectónicas que sobreviven del régimen porfirista, una de las más icónicas es sin duda la legendaria Prisión de Lecumberri, ubicada en el centro-oriente de la Ciudad de México.[2] Su diseño original contemplaba el albergue de 800 presos en sus instalaciones, calculadas en un área de 5 hectáreas. Fue uno de los complejos más modernos en su momento, tomando su nombre del personaje español que poseía los terrenos donde se edificó el recinto carcelario.
El edificio responde al denominado modelo panóptico (tipología de establecimientos penitenciarios propia del siglo XIX), con una rotonda o cuerpo central poligonal destinado al cuerpo de vigilancia de la penitenciaría, y radial, mediante galerías de forma estrellada que convergen en el espacio central, en el cual se erigía una torre de 35 metros de altura destinada para la vigilancia de todo el penal.[3]
Empero, su construcción no fue sencilla, pues el proyecto inició desde 1871[4], pero no empezó la edificación sino hasta 1885, siendo concluida hasta el año de 1900. Para darnos una idea del largo proceso de su concepción y realización, Benito Juárez todavía era presidente cuando comenzó la idea, pasando por la primera reelección de Porfirio Díaz y terminada cuando ya era una realidad el Porfiriato.
Su diseño original fue modificado en 1908 para ampliarlo y albergar a 996 internos, pero en 1971 contuvo entre sus rejas a 3800. Es de conocimiento común el mote de Palacio Negro de Lecumberri, el cual puede referirse a las terribles historias de sus interiores o al hecho de que su fachada se tornó negra “[…] por su exposición al canal de desagüe situado en la colindancia, enmugreciendo las piezas […]”[5], marcándolo para siempre con este sobrenombre.
Pero esta prisión tuvo en sus 76 años de funcionamiento varias peculiaridades que la hacen destacar entre otras tantas, como por ejemplo ser escenario de la ejecución de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez[6] el 22 de febrero de 1913. Además, es de donde supuestamente se acuñó el término “jotos” del argot popular mexicano, pues los prisioneros homosexuales eran encerrados en la crujía J de la prisión.[7] Curiosamente, sólo hubo un registro de dos fugas durante todo el tiempo de vida útil, las que pasaron a ser una de las historias más memorables del lugar. [8]
Pero tal vez lo más destacable del recinto fue que contuvo entre sus paredes y rejas a presos políticos de la talla de Demetrio Vallejo, Valentín Campa, David Alfaro Siqueiros y a varios de los líderes del movimiento estudiantil de 1968[9]. A pesar de haber concluido sus funciones como centro penitenciario hace ya más de cuatro décadas y, no obstante que actualmente es la sede del Archivo General de la Nación, sigue siendo uno de los puntos de interés de la ciudad de México por sus historias lúgubres encerradas tras sus muros, los relatos de quienes fueron sus “huéspedes” y, sin duda, por haber sido un escenario importante de represión y brutalidad.[10]
[2] Como dato curioso, se encuentra a unos cuantos metros del Museo Legislativo/H. Congreso de la Unión., siendo la manera más rápida de llegar por la línea 6 del Metrobús, pues es sólo una estación de distancia.
[3] Excélsior. ¿Qué pasó ahí?… El legendario Palacio de Lecumberri. [Consultado el 6 de septiembre. Disponible en: https://bit.ly/2Q8YY3U ]
[4]Noticieros Televisa. “Luz y Obscuridad: La historia del Palacio de Lecumberri.” [Consultado el 6 de septiembre de 2018. Disponible en: https://bit.ly/2oTAkrX ] Los encargados de elaborar el proyecto fueron los ingenieros Miguel Quintana, Antonio Torres Torija Torija y Antonio M. Anza, quienes adaptaron una idea del arquitecto Lorenzo de la Hidalga, que a su vez retomó un proyecto original del inglés Jeremías Bentham.
[5]Edmundo Arturo Figueroa Viruega y Minerva Rodríguez Licea. “La Penitenciaría de Lecumberri en la Ciudad de México”. Revista de Historia de las Prisiones nº5 (Julio-diciembre 2017), pp. 98-119
[6] Sonia Ávila. “La Decena Trágica: asesinan a Madero y a Pino Suárez”. En Excélsior. [ Consultado el 6 de septiembre de 2018. Disponible en: https://bit.ly/2NlHFhE ]
[7] Magalli Delgadillo. “El palacio negro que inventó a los jotos.” En El Universal. [Consultado el 6 de septiembre de 2018. Disponible en: https://bit.ly/1WYAR80 ]
[8] Dwight Worker y Alberto Sicilia fueron los protagonistas de estos escapes. Noticieros Televisa. Óp. Cit.
[9]Proceso. El 68. Recuerdos de Lecumberri. [Consultado el 6 de septiembre de 2018. Disponible en: https://bit.ly/2wPYlUO ]
[10] Luis Carlos Sánchez. “Lecumberri, atado al mito; cuando la penitenciaría se quedó sin presos.” En Excélsior. [Consultado el 6 de septiembre de 2018. Disponible en: https://bit.ly/2NTR1yh ]
Un día como hoy, pero de 1915, el octogenario ex presidente de México, General Porfirio Díaz, exhalaba su último aliento en París, Francia, en un exilio no deseado, alejado de su patria y nostálgico por su tierra. [3]
Nacido un 15 de septiembre de 1830, fue sin duda un parteaguas para la Historia nacional, pues estuvo involucrado activamente en la defensa de la República liberal contra el Imperio de Maximiliano de Habsburgo. Su relevancia es tal, que una etapa completa de nuestro devenir histórico está definida por su figura.[4] El Porfiriato, sucedido de 1877 a 1880 y de 1884 a 1911, cambió totalmente el panorama de México, pues se ingresó al país a una auténtica etapa de desarrollo industrial, hubo superávit financiero, construcción de ferrocarriles, estabilidad, paz, orden y progreso, como lo profesaba el mandatario.
No obstante, no se debe minimizar lo que podría considerarse como una serie de graves atropellos a diversos sectores de la población, sobre todo de origen indígena y de bajos recursos, a quienes se les etiquetaba como “ladrones por cuestión genética”[5]; lo que resultó en una gran diferenciación social, pese a los esfuerzos de mejorar la instrucción pública.[6] De hecho, la cuestión de la criminalidad parecía, según la apreciación de la época, algo particular de las clases bajas de la sociedad. Menciona Elisa Speckman que “[…]gran parte de los criminales provenían de sectores que contaban con bajos recursos económicos, lo cual no resulta extraño si pensamos que ese sector constituía la mayoría de la población.”[7]
A pesar de ello, es menester señalar la apreciación que se tenía del titular del Ejecutivo en su época. Menciona Emilio Rabasa que “[…] la opinión pública apoyó vigorosamente al gran constructor de la nación, por más que el absolutismo la impacientara.”[8] La muestra más fehaciente de ello fue la defensa que hizo Francisco Bulnes de la reelección de Díaz, donde mencionó que “El buen dictador es un animal tan raro que la nación que posee uno debe prolongarle no sólo el poder, sino la vida”[9]
Empero, el pasado no se juzga y los sucesos se deben analizar en su contexto, Así, podemos enunciar el conocido apego –nominal- del dictador a la Constitución de 1857, la simulación democrática y el establecimiento de un Congreso a modo, como los principales factores de legalidad y legitimidad de su régimen, las cuales, imbricadamente, pocas veces se han conseguido en la convulsa historia de nuestro país. Tal vez la máxima expresión de esto, se mostró en el momento de presentar su renuncia ante los legisladores de la nación el 25 de mayo de 1911:
La renuncia contiene estas graves palabras: “Espero… que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional un juicio correcto que me permita morir llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagraré a mis compatriotas”.[10]
Su exilio inició a la brevedad. “La madrugada del 26 de mayo, la familia Díaz partió al exilio. El militar de confianza para acompañarla durante el trayecto en el tren a Veracruz fue el general Victoriano Huerta, lo que era un reconocimiento a su lealtad.”[11] El 31 del mismo mes, partió a bordo del barco Ypiranga desde el puerto de Veracruz con destino al Viejo Mundo. En 1915 empezó a desmejorar su salud, siendo detectada arterioesclerosis múltiple como el mal que le aquejaba. “Por otra parte, su lucidez mental se fue limitando a un hecho monotemático: la añoranza de México.”[12] Sus últimos días la pasó al lado de sus familiares.
De acuerdo con sus familiares, el día 29 de junio recibió la extremaunción y fue la tarde del 2 de julio que falleció. Fue sepultado en la Iglesia de Saint Honoré l’Eylau, con la intención de que su cadáver embalsamado fuera traído a México, pero dada la negativa, en 1921 sus restos fueron trasladados al cementerio parisino de Montparnasse, donde aún permanecen [13]
Aunque se ha intentado cumplir sus últimos deseos y traer sus restos de vuelta al país, esto no se ha concretado, no obstante el empuje de esta iniciativa en el contexto del Centenario luctuoso del personaje. Resulta necesario seguir analizando al personaje y su contexto, así como a los procesos históricos que giraron en torno a su figura, para comprender los diferentes matices de la realidad y el momento del sujeto histórico.
[3] Tomás F. Arias Castro. Los últimos días de Don Porfirio. En Relatos e Historias en México. Año VIII. 84. septiembre de 2015. P. 78.
[4] Luis A. Salmerón. “Muere Porfirio Díaz. 2 de julio de 1915.” En Relatos e Historias en México. Año V. 59. Julio 2013. P. 89
[5] Elisa Speckman. Crimen y Castigo: legislación penal, interpretaciones de la criminalidad y administración de la justicia, Ciudad de México, 1872-1910. México: El Colegio de México. UNAM. 1992. P. 92. 357 p.
[6] Luis González y González. “El liberalismo triunfante” en Cosío Villegas, Daniel, et. Al. Historia General de México. Versión 2000. México: El colegio de México, 2008. P. 660. 1103 p.
[8] Emilio Rabasa. La evolución histórica de México. 4° edición. México: Coordinación de Humanidades UNAM, Grupo Editorial Miguel Ángel Porrúa, 1986. P. 159. 361 p. Biblioteca Mexicana de escritos políticos.
[9] Enrique Krauze. Siglo de los caudillos. Biografía Política de México. (1810-1910). México: Tusquets editores. 2009, ´ p. 306. 347 p. Colección Maxi Tusquets.
[10] _____________. Vindicación de Porfirio Díaz en: Letras Libres. 7 de julio de 2015. [Consultado el 2 de julio de 2018. Disponible en: https://bit.ly/2lP71VT ]
[11] Pedro Siller. Huerta en defensa del gobierno de Porfirio Díaz. En Relatos e Historias en México. Año VIII. 92. abril de 2016. P. 47.
[13] Leticia Sánchez Medel. “El viaje de Porfirio Díaz al exilio, cortesía del ‘Ypiranga’”. En Milenio. 30 de junio de 2015. [consultado el 2 de julio de 2018. Disponible en: https://bit.ly/2KKNf8U ]
Hace 118 años, el viejo general Porfirio Díaz habló ante el Congreso, que se hallaba reunido en el edificio de Donceles, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, debido a la reinauguración de la sede de la Cámara de Diputados. Este sería su último informe de gobierno como representante del Ejecutivo Mexicano. En su intervención, el General se refirió a la situación imperante en buena parte del país [3], ya que la Revolución no había sido sofocada y había un ambiente de tensión política y social producto del conflicto y del malestar general que imperaba en aquel tiempo.
En su discurso, el promotor del “orden, paz y progreso” se mostró partidario de la apertura política e hizo alusión a la renovación de su gabinete. “El primero de abril Díaz anunció ante el Congreso medidas que retomaban las banderas principales de los antirreeleccionistas: restablecimiento, en la Constitución, del principio de no reelección, reforma de las leyes electorales y fraccionamiento de grandes propiedades agrarias.” [4]
Esto resultó insuficiente para sofocar la insurrección que convocó Francisco I. Madero el 20 de noviembre de 1910, con motivo de la falta de depuración de los canales políticos y en razón de que las elecciones presidenciales de ese año resultaron fraudulentas, ya que se le había arrebatado el triunfo al opositor de Porfirio Díaz.[5] Las medidas anunciadas por el dictador fueron un simple placebo ante la debilidad del régimen, que mostró su incapacidad de someter las insurrecciones armadas en buena parte del país; esto debido en parte a la intencionalidad de Díaz de debilitar al ejército, el cual “había sido castigado presupuestalmente y los numerosos oficiales reyistas habían sido trasladados a regiones aisladas o retirados del mando directo de tropas, lo que restó efectividad al envejecido ejército, enmohecido además por tantos años de paz.” [6]
Con el paso de las semanas, el octogenario dictador tuvo que sentarse a negociar con los rebeldes y sería el fin de su larga estancia en el poder.
[3]Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Instituto de Investigaciones Parlamentarias. México. 1 de abril de 1911. [Consultado el 1 de abril de 2018. Disponible en: https://bit.ly/2uFi8bf ]
[4] Santiago Portilla. “Primera etapa de la revolución mexicana: condiciones revolucionarias v caída de Porfirio Díaz, 1910—1911”, en Estudios Políticos. Novena Época. Número 3. México. UNAM: 1983. [Consultado el 1 de abril de 2018. Disponible en: https://bit.ly/2uJ3xvn ]
[5] Político Mx. “Elección de 1910, hasta los espíritus votaron por Francisco I. Madero.” Lunes 26 de diciembre de 2016. [Consultado el 1 de abril de 2018. Disponible en: https://bit.ly/2EdK5WM ]
[6] Javier Garcíadiego. “Prólogo” en La Revolución Mexicana. Crónicas, documentos, planes y testimonios. México: UNAM. 2003. 408 p. p. XXXVI. Biblioteca del Estudiante Universitario. Número 138.